1 de octubre de 2008

SOBRE CÓMO EVITAR LA CALVICIE

La princesa se llamaba Julieta, aunque no tenía nada de princesa. Ni castillo, ni vestidos, ni encajes, ni tampoco sirvientas de princesa. Pero aún así, Julieta Bracamonte se creía, en el fondo, de un linaje elevado y nobleza celestial.

Nobleza no le faltaba, simplemente es que estaba un poco tarada. Trabajadora, educada y obediente, la joven muchacha era una mujer bellísima por donde se le mirara. De ojos verde esmeralda, la cara fina y suave, y un cabello casi rubio que usualmente estaba peinado en largas trenzas. Julieta se movía por la vida como un ave. Parecía flotar por el universo.

El día en que conoció a Iván su vida sufrió un terremoto. (Un niño bien de la zona norte) Atractivo y buen mozo, el Príncipe se enamoró perdidamente de Julieta, de sus doradas trenzas y de sus verdes ojos. Entonces no pudo más que confesarle su amor. A los pocos meses Julieta e Iván ya eran una linda pareja, pero no podían casarse pues el príncipe, ya estando comprometido, se veía obligado a esconder su relación.

Con picardía y pasión llegaba Iván a la ventana de la muchacha, montando a caballo blanco como cada quince días. (Cabe aclarar que era un volkswagen convertible) Un buen día la princesa, que le quería tanto, se hartó de tener que ser objeto de un amor clandestino e hizo al príncipe un juramento de Amor.

-Tal es el amor que te tengo que no puedo esperar para casarme contigo. Así que cada día que vuelvas a verme trenzaré un poco más mi cabello, pues mi cariño es tan grande que no aguantará mi alma sentirme tan tuya y tan distante. Entonces, cuando mi bella cabellera quede trenzada por completo me llevarás en matrimonio a conocer el universo. (O una luna de miel en Disneylandia)

Perdidamente enamorado el joven príncipe aceptó sin condiciones y continuó con sus visitas a la casa de los Bracamonte. Pero poco a poco y con el paso del tiempo, mientras Julieta entretejía ansiosa sus cabellos, las visitas del Príncipe Iván se fueron haciendo cada vez menos frecuentes.

Esperanzada, Julieta le esperaba siempre desde su ventana, esperando ver al caballo blanco en el horizonte. (Pero del volcho convertible ni sus luces) Una semana, dos semanas, un mes y el muchacho no volvía. Pasaron así muchos días de desvelo, de ojerosas y vanas esperas.

Un buen día, harta de tanta espera y soledad Julieta Bracamonte enloqueció por completo (¿Aún más?) Y entonces sin ocultar su rabia y despecho comenzó a deshacer violentamente cada una de las trenzas de su cabello. Desató, jaló, descosió cada hebra de su cabellera. Gritaba con fuerza como si fuese devorada por un terrible dragón y una bruja se riese a carcajadas. Y así fue como Julieta Bracamonte, habiendo descargado toda su energía, se miró al espejo y se vio calva.

David Loría Araujo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buena historia... jaja... saludos

manuel_agc dijo...

jajaja divertida historia... excelente narrativa, felicidades...


BUKY

mabel_nb dijo...

ahora me gusta más
no c, algo cambio...

oye... uay.